La
influencia de la pantalla para el individuo puede devenir a veces en algo diabólico,
que ve su comportamiento y sus hábitos, cuando no sus gustos, amoldados a las
emisiones de turno en las cadenas de televisión o a la película hit del momento
en los cines. Diabólico porque su trasfondo es aterrador y paradigmático, ya
que podemos imaginarnos cual influenciable y agradecido se muestra el público
mayoritario, tanto en las salas de cine como ante la caja tonta, al leer
noticias como las que ratifican últimamente la subida en las ventas y
reutilización de máquinas de coser, que se han disparado notablemente después
de años y años en el exilio de los trastos viejos allá en cualquier almacén o
cuartucho apolillado, gracias a la reciente emisión de una serie sobre costuras
sacada de la novela de nosequién.
Algo
similar ocurrió con las famosas Ray Ban
al estrenarse un par de películas de Tom Cruise allá por los 80, la venta del
modelo de coche MINI o el último teléfono móvil de turno cada vez que una de
James Bond aparecía en cartelera durante la última década y media; incluso el
alquiler de pisos creció estratosféricamente en el barrio londinense de Notting Hill tras aquella del melifluo
Hugh Grant. Pues bien, como parece que la ecuación es sencilla, yo tengo puestas
mis esperanzas en la última de Lars von
Trier. Si las mujeres pueden ponerse a coser de repente después de un largo
periplo sin el típico riqui-riqui de
las maquinitas, también podrán ponerse a follar
como descosidas allá por donde
paseen sus cuerpos anhelantes de nuevas actividades.