Hablemos de Antonio Vega cantando versos de Antonio Gala…
Uno de los poetas de la música pop
española, Antonio Vega (1957-2009),
padre de “La chica de ayer”, nos dio
desde el inicio de su carrera junto a Nacha
Pop buenísimos momentos con una alta dosis de lirismo y sensibilidad.
Ahí quedarán canciones como “El
patio de mi recreo”, “Se dejaba llevar”, “Tuve que correr”, “Mi hogar en
cualquier sitio”, “Esperando nada” y la enorme “Lucha de gigantes”. Su
discografía, y su voz, son un rincón para la acogida y la cura.
Una de esas canciones en las que el
compositor vuelca su alma de manera más intensa es, sin duda, aquella con la
que arropó los mimados versos del escritor y periodista Antonio Gala con motivo del disco debut de la cantante Clara Montes publicado en 1998. En Clara Montes canta a Gala, los poemas amorosos del escritor son musicalizados
por figuras del panorama patrio como Bunbury
o Luis Eduardo Aute y miembros de
bandas como M-Clan o Seguridad Social, e interpretados en
clave de flamenco, copla y canción española, a través de la cálida pero potente
voz de la madrileña.
El ex-Nacha Pop factura con A trabajos forzados una delicada y penumbrosa pieza de pop acústico con
una sensibilidad tan extrema como el lirismo con el que Gala vierte sus versos.
El cantante interpretaría su canción años después de aparecer en el homenaje
discográfico al escritor, en un concierto
acústico celebrado en el Círculo de
Bellas Artes de Madrid el 5 de julio de 2001, que se publicó como álbum un año después.
Básico (2002) es
un disco extraordinario e inspirador, donde la voz de Antonio resuena
envolvente, penetrante y vital en el puñado de gratificantes éxitos ofrecidos
para la ocasión. Este registro audiovisual es un pedazo vivo de la historia del
pop español, donde dos gigantes tocayos de la cultura del país se abrazan
fundiendo sus caracteres artísticos en una joya única que, una vez más,
demuestra la buena pareja que siempre han sido la poesía y la música pop.
Aunque un pudoroso Antonio Gala (Ciudad Real, 1930), más conocido como novelista o por sus trabajos periodísticos, prometió que su obra poética sería póstuma, no pudo resistirse a los ruegos de sus lectores y en 1997 daría a luz Poemas de amor, un volumen editado y prologado por Pere Gimferrer. Pronto aparecerían eminentes admiradores de sus versos —inmersos en una estética del bellismo—, recreando su trabajo para llevarlo aún más allá y potenciar sus cualidades más estéticas y sugestivas, como lo hace Antonio, Vega, para hacernos disfrutar de dolor y sanar de ausencia, entre algodones.
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