Hablemos de Neal Cassady, el eterno Dean Moriarty, y de su último Ponche de ácido lisérgico...
“Puedes meterte en
cualquier cosa, sí, pero ¿cómo te las arreglarás luego para salir de ella…?” (Dean Moriarty)
Un
año después de la última Prueba del Ácido, Neal
Cassady, el carismático Dean
Moriarty que inmortalizara Jack
Kerouac en su famosa novela On the road (En el camino), moría solo
y en circunstancias desconocidas en San Miguel de Allende, México. Su muerte y
las circunstancias que la encierran terminaron por alcanzar una dimensión
mítica. El cuerpo siempre vigoroso de Cassady fue encontrado por unos
campesinos al lado de unas vías de tren, perfecto broche final como símbolo de
ese “chico de Denver que no paraba de ir
de un lado a otro de los Estados Unidos en pos de –o, mejor dicho, dejando
atrás– la `Vida´”
Cassady
fue el cicerone de Kerouac –aunque sería más acertado plantearlo al revés– y el
emblema viviente de la beat generation. Dean Moriarty y Sal
Paradise (Kerouac) fueron durante una época los verdaderos héroes para una
juventud americana intelectual que comenzaba a romper con el recio garrulismo
yanqui importado por los padres que habían combatido en la II Guerra Mundial.
Esta entrañable pareja creo un mito y echó a rodar el término hipster, a su manera, hoy totalmente
desvinculado de sus significados naturales y primigenios. Pero eso fue “En el camino” y a través de “Visiones de Cody”. La última década de
Cassady estuvo marcada por el autor que tomó el relevo al Rey de los beats y que definiría toda una generación durante los
60, Ken Kesey.
Cuenta
Tom Wolfe en su novela “Ponche de ácido lisérgico”, donde
ambos, Cassady y Kessey son protagonistas, cómo en una fiesta, a la que
asistieron estos junto a Kerouac y Ginsberg
–que había nombrado en su tremendo Aullido
“a N.C. héroe secreto de estos poemas”
–, se abría un puente entre dos
mundos: “Kesey y Kerouac apenas se
hablaron. A un lado estaba Kerouac y a otro lado estaba Kesey, y en medio de
ambos estaba Cassady, un día heraldo de Kerouac y de toda la Generación Beat y
hoy heraldo de Kesey y de... ¿qué?, de algo mucho más salvaje y más extrañio
que aún estaba `en el camino´” Fue como un hola y adiós. Kerouac era la vieja
estrella. Kesey era el nuevo cometa salvaje del Oeste rumbo a Dios sabía dónde”
Kesey
había escrito la magnífica “Alguien voló sobre el nido del cuco”,
publicada en 1962. Poco después fundaría los “Alegres bromistas” (The merry pranksters) y se echarían a la
carretera con un cuenco de ponche condimentado con LSD para refrescarse por el
camino en un viejo autobús tuneado a su rollo con colores fluorescentes. Al
autobús le pusieron nombre: “Further”
(Más allá). A bordo, los Alegres bromistas, con Kesey a la cabeza, recorrieron
los Estados Unidos asentando poco a poco las particularidades más tópicas que
más tarde popularizaría –o trivializaría según Kesey– el movimiento hippie. Y ¿quién
conducía el “Further”? Lo han adivinado. El casi indestructible William
Burroughs recuerda en la novela lisérgica:
“Hay
dos cosas que recuerdo de Neal: su extraña identificación con los coches y su
capacidad de silencio. Era un conductor nato, en sintonía total con cada átomo
del vehículo que llevaba entre las manos, que llegaba a convertirse en una
prolongación de su persona. Y era también una de las personas más apacibles y
con las que uno se sentía más cómodo que yo haya conocido en toda mi vida. Y
todo gracias a una autosuficiencia innata”
Corría
1964, y ese puente comenzaba a abrirse a través de la experimentación vital con
LSD y también con la marihuana, por medio de los viajes a bordo del mítico “Further”
(de cuya aventura existe un film, “Magic trip”, grabado durante los viajes) y de las sesiones libertinas
–Acid Test– que el chamán Kesey
organizaba en su residencia, La Honda, siempre apoyados por peligrosos Ángeles
del Infierno y por la banda de Jerry García, Greateful Dead. Porque lo que con los beats era el jazz con los
Alegres bromistas era el rock psicodélico. Y en ambas actividades nuestro héroe
eternamente presente dándolo todo: “A
Cassady jamás lo han visto tan lanzado, va sin camisa, con un sombrero de paja
tipo tejano, botando sobre el asiento, cambiando de marchas, manipulando el
volante y la caja de cambios, parloteando con el micrófono que lleva junto al
asiento como un frenético guía turístico, reseñando cada coche que pasa por la
carretera…: `-…ahí va un peluquero cortándose el pelo a ochocientos kilómetros
por hora, ya entendéis...´”
Y
es que Cassady/Moriarty era un hablador nato, un ser verborréico y acelerado
cuyo discurso y pasado siempre levantaba algunos recelos entre la nueva
generación universitaria y no acostumbrada a estar sin un chavo en el bolsillo:
“Ahí lo teníamos ante nosotros en el
Versalles de Kesey, mostrándose, sin camisa y sacudiendo los brazos y haciendo
sobresalir los oblicuos abdominales a ambos costados como un levantador de
pesas…Somos gente hip, apreciamos el
bendito primitivismo. Pero Kesey dada a entender que había que aprender de
Cassady, que nos estaba hablando. Y era cierto. Cassady quería comunión
intelectual. Pero lo único que querían los intelectuales de él era que fuese el
buen salvaje, el chico de Denver, la criatura natural entre ellos. A veces
Cassady percibía que no lo aceptaban intelectualmente, y se retiraba a un
rincón y seguía con su monólogo maníaco y murmuraba: `Está bien, me meteré en
mi viaje, me embarcaré en mi propio viaje, es mi viaje, ¿lo entendéis?’” El escritor y editor Gordon Lish recuerda:
“No
era en absoluto un intelectual, pero era inteligente en un sentido casi
prodigioso. Aunque la cualidad que probablemente hacía de él un amigo tan
preciado era sencillamente la de poseer el corazón más entrañable que yo haya
encontrado jamás en corazón humano”
En
los Acid Test, una verdadera celebración libertina, nuestro amigo lo daba todo.
Hunter S. Thompson, otro de los escritores lisérgicos (“Miedo y asco en Las Vegas”), lo hace aparecer en una de sus
novelas, completamente borracho y gritándole a la policía en una de esas legendarias
fiestas junto a los Ángeles del infierno, que también se retratan en la novela
de Wolfe: “...y Cassady, en su película,
titulada `Velocidad límite´, es a un tiempo un drogota aficionado al speed, las
anfetaminas, y un ser único, cuyo anhelo es la velocidad”
Porque
el verdadero papel de Cassady fue sin duda el de chófer, chófer de nada menos
que dos generaciones, o, al menos, de generación y media: “Cuando todos los demás estaban rendidos por la fatiga, o por cualquiera
de las numerosas presiones, Cassady estaba allí para seguir adelante. Era como
si nunca durmiera, como si no necesitara hacerlo. Pese a su loca forma de conducir,
siempre conseguía sacarlos de todo laberinto, era como si siempre supiera dónde
estaba el punto exacto de salida” El novelista Robert Stone le recuerda
sacándose cigarrillos sin tener que sacar el paquete del bolsillo, cual
marinero curtido que no quiere invitar a un pitillo, y nos dice:
“Neal
era muy parecido a ese personaje interpretado por Marlon Brando en El salvaje,
el genuino hipster de los años 40. Era sin duda un tipo que había conocido los mundos
marginales de Norteamérica”
(Igualito que los hipsters actuales,
¿verdad?)
Cassady
fue un padre y un igual, aunque un igual adelantado al que había que mirar por
encima desde el plano intelectual para no sentirse nimio, porque era inevitable
para la mayoría no sentirse así ante su poder, un encanto que al final
terminaba por atrapar a todos rindiéndose ante su extraordinaria naturaleza: “La mayoría de las tripas de los Bromistas
suenan glup-glup-gluuuuppp, y cosas por el estilo, pero las de Cassady hacen
ping…dinping…ting, como si su dueño estuviera funcionando a 78 r.p.m. y los
demás a 33, lo que bien mirado no deja de ser cierto”
Un
personaje difícil de calificar y con la innegable virtud de encontrarse siempre
donde se va a hacer historia, donde se va a hacer literatura, donde surgirá el
arte y la libertad espiritual, un cazador de almas de fino olfato, absorbiendo
la vanguardia humana del momento: Cassady al volante del autobús por las
tierras frías de México, se había propuesto un nuevo reto: recorrer todo el
país sin utilizar los frenos” Estas líneas y su amor a la velocidad fueron sin
duda la metáfora perfecta para una vida al límite, un espíritu libre, la
encarnación de lo salvaje y la energía desbocada. Gordon Lish:
“Cuando
Kesey mejor definía a Cassady era cuando le llamaba superhombre. Porque eso es
lo que Neal era”
Pero
el superhombre al final sucumbió, en una frenada repentina, y la máquina paró
para siempre junto a las vías del tren de un pueblo de su México querido. Su
cuerpo fue llevado al hospital de San Miguel, donde un testigo recuerda que su
rostro se asemejaba a la de una deidad maya tallada en piedra. Causa de la
muerte: “congestión generalizada”, esta vez su cuerpo no aguantó los excesos tras
la boda mejicana a la que asistió. Poco antes de su muerte, acontece su encuentro con Charles Bukowski, el escritor maldito por excelencia de toda aquella
generación, y el bueno de Buk, ante el “adelante, escribelo” de Cassady, plasma
en “Escritos de un viejo indecente” la última aparición literaria de la musa
suprema de dos generaciones, de dos mundos tan trascendentes
para la cultura occidental. Así, Neal Cassady, como la leyenda del indomable, desparecía
dejando la estela eterna y una llama viva de toda una época en la literatura y
la historia.
“NEAL
JAMÁS DEJÓ DE CORRER NO AFLOJÓ NUNCA LA MARCHA DEBIÓ DE SER EN AQUELLA VÍA DE TREN
DE SAN MIGUEL DE ALLENDE DONDE AL IR CORRIENDO SE LE TERMINÓ LA VÍA Y ASÍ NUNCA
HA TENIIDO QUE ENVEJECER Y SIEMPRE SE PARECERÁ A PAUL NEWMAN EN EL BUSCAVIDAS” (Lawrence
Ferlinghetti)
En realidad todo lo hipster es bastante infame, esta mezcla de ideal con comunión intelectual y no sé que es realmente infame. Entiendo a que clase de personaje de hoy te referís, es un personaje ya sea al que le gusta el rock o la música electrónica sin ese condimento de ideal y de comunión intelectual pero con la idealización de las drogas y la marihuana; y con cierta apariencia o algo por el estilo. Todo lo "hip" como vos le decís es aquello de lo que se desmarcó Bukowski por ser una manga de boludos groupies que se emocionan por todo y se dejan llevar por cualquier ola. No hay tanta diferencia entre los de hoy y los de ayer. Los de ayer evolucionaron en hippies y en Hombres Modernos de la Felicidad Verde-Prado. No hay mucho que encontrar verdad.
ResponderEliminarSinceramente.,
El nuevo emisario de los poetas infernales
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